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Adviento Grotmas 1: Titus desembarca en Ultramar

El adviento de 2025 trae nuevas reglas, nuevos relatos de trasfondo, nuevas guías de pintura y además la clásica gran revelación del día 24. Hoy, relato.

Cada año en diciembre llega el calendario de adviento warhammero, en el que hemos descubierto en ocasiones las imágenes de grandes lanzamientos o reglas de nuevos destacamentos.

Este adviento de 2025 nos puede traer cada día nuevas reglas, nuevos relatos de trasfondo, nuevas guías de pintura y además la clásica gran revelación del día 24.

El día 1 toca relato: Titus desembarca en Ultramar.


Idarus se moría. El general Strayk lo presentía con la intuición de quien se sabe presa acorralada. El ferrocemento temblaba bajo sus pies, como si la agritorre lo supiera y se estremeciera de miedo, en lugar de por la estampida de los colosales enjambres Tiránidos. Los densos lechos de cosecha que albergaba en su interior murmuraban como olas contra arena cuando la vibración tectónica zarandeaba sus tentáculos.

El puesto de mando temporal de Strayk estaba a quince pisos de altura, aislado de los horrores del exterior por el núcleo de la torre, pero aun así Strayk podía oír a los Tiránidos. Sus gritos alienígenas llegaban incluso al sanctasanctórum, y con tanta claridad que se preguntaba si acaso no los tendría dentro de la cabeza. Si sus soldados no se estremecieran con cada aullido y chillido de las bestias en la distancia, habría pensado que se estaba volviendo loco.

—Aún hay tiempo para eso, me parece a mí —musitó para sí mismo mientras se masajeaba las sienes.

—¿Disculpe, señor? —le preguntó Osper. En la voz le notaba que volvía a estar preocupada por él. Qué desesperación. Qué vergüenza.

—Nada importante, adjunta. Los murmullos de un viejo, nada más —le respondió. Se obligó a cuadrar los hombros y a relajar la mandíbula. Era muy consciente de que Osper, y los demás soldados a su mando, buscaban en él alguna esperanza.

—Entendido, señor —le respondió, y se apoyó en la mesa donde estaba el mapa mientras la agritorre temblaba. Los lumens se balanceaban, creando un juego de luces y sombras y agravando la sensación de irrealidad de Strayk. Los Guardias Imperiales se aferraban a sus vocos, a las unidades de hidrocirculación de la torre o unos a otros. Strayk sentía sus miradas ojipláticas. Oía las preguntas que no se atrevían a hacer. ¿Qué había impactado contra la torre? ¿Habían llegado los Tiránidos? ¿Estaban a punto de morir?

Cuando los temblores se detuvieron, fingió una sonrisa plácida. En su juventud habría quedado de guapo y de canallita; habría sido la sonrisa cómplice que invitaba a los demás a compartir con él su confianza natural. Ahora, viejo, exhausto y atemorizado, esperaba que conservara algo de su efecto.

—Pues si eso es lo mejor que pueden hacer los xenos de marras, esta torre seguirá en pie cuando ellos no sean más que cenizas. ¡Y nosotros también! —los arengó—. ¡El Emperador protege!

—El Emperador protege —le respondieron al unísono, por costumbre y por convicción a partes igual. Aún así, la familiaridad del lema calmó un poco la tropa, incluso aunque algunos de ellos a duras penas se lo creyeran.

—Protege, de verdad que sí, y todos podemos poner de nuestra parte para ello, así que sigamos con nuestra labor —afirmó Strayk con una afabilidad forzada—. Gospard, necesito una actualización de la decimoctava compañía. Renwick, contacte al teniente Urson y establezca el estado de la evacuación de los macroprados de Northweald. Borthlen, averigüe cómo de pronto pueden llegar los refuerzos armados del valle Grada. Y el resto, comprobación completa de las armas y plegarias. Vamos a estar listos para cuando nos necesiten.

“La actividad es el aliado de la valentía”, se dijo Strayk mientras sus soldados se afanaban por obedecerlo. Esperaba haberlos convencido de que aún luchaban una guerra que se podía ganar. Ahora, solo quedaba convencerse a sí mismo…

—¿Señor? —dijo Osper. Strayk se dio cuenta que se había vuelto a quedar ensimismado, y la culpa lo corroyó. Ojalá pudiera estar en silencio cinco minutos, o dormir una noche entera del tirón… Pero bueno, si los deseos fueran naves de guerra, no quedaría ni alienígena ni hereje en todo el Imperium.

—Sí, dígame, adjunta, repasemos…

—¡Señor! ¡Informe urgente del sanctum astropático!

La voz del vocooperador era poco menos que un grito. Estaba teñida de algo tan extraño que la exhausta mente de Strayk necesitó de un instante para comprenderlo. ¿Era… optimismo? ¿Entusiasmo, incluso?

Intercambió una mirada extrañada con Osper.

—A ver, chavalote —le respondió. Sí, pensó, entusiasmo, sin duda. El vocooperador tenía la mirada brillante.

—Señor, el astrópata mayor Quatembe informa de una respuesta de extramundo a las llamadas de auxilio del coro.

—Por el trono… —susurró Osper.

—¿Quién? —preguntó Stayk.

—El Astrópata Mayor pide que le traslade sus disculpas, señor. Informan de una sombra en el Empíreo, hay una estática psíquica grave que está dificultando la comprensión y causando bajas entre el coro. Han descifrado solo unos pocos conceptos de un tal astrópata mayor Kornelius.

Strayk miró con esperanza al vocooperador. El nombre no le decía nada, así que, ¿por qué estaba tan emocionado el joven soldado?

—Señor, los conceptos se han traducido en refuerzos, inmediatos, Titus y… Ultramarines.

El cambio en la energía del puesto de mando fue electrizante. El nombre de Titus no les decía más que el de Kornelius, pero la mera mención de los Ultramarines hizo más para levantar la moral que cualquier discurso que les hubiera podido dar el general Strayk. “Por el trono”, pensó. Esto era mejor que dormir cien noches del tirón.

—Los Ultramarines son…

—…ser salvados, nosotros…—

—…alabado sea el Emperador…—

—¡Silencio! —ordenó Strayk, aunque esta vez su sonrisa no estaba forzada. Sus soldados se callaron al instante.

—Esto son noticias excepcionales, mejor de lo que podríamos haber esperado. Pero será una lástima si los mismísimos Marines Espaciales del Dios Emperador llegan hasta Idarus para salvarnos el culo y se encuentran con que se nos comieron los xenos antes de que ellos pudieran hacer nada. Así que, a mantener la calma y proceder como se les ordenó. Asegurémonos de que cuando llegue el tal Titus con sus Ultramarines, lo impresionemos.

Esta vez, cuando los soldados gritaron su confirmación, lo hicieron también auténtica convicción.

—¡El Emperador protege!

—El Emperador protege —respondió el general Strayk, sintiendo que la esperanza le devolvía la vida —. ¡Y sus Ultramarines también!


Mañana tocará Age of Sigmar, ¿pero qué traerá el día 3?

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